Demografía, sostenibilidad y cambio estructural.
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España ha vivido una intensa transformación social desde los años noventa hasta la actualidad. Hemos atravesado una metamorfosis profunda, marcada por cambios en su estructura social, económica y cultural.
En los años noventa, España se encontraba en un momento de optimismo donde la democracia se consolidaba y una clase media emergente comenzaba a disfrutar de los frutos del progreso. Sin embargo, este panorama se fue tornando más complejo. La confianza en un futuro prometedor dio paso a una realidad fragmentada, las identidades de clase tradicionales comenzaron a diluirse y el individualismo ganó terreno.
La clase media se ha ido sintiendo cada vez más amenazada en términos simbólicos y de expectativas futuras, y las generaciones jóvenes, a pesar de estar más formadas, enfrentan peores perspectivas de vida que sus progenitores.
La estructura social española ha experimentado una transformación radical. Las clases medias, que en los años noventa representaban una mayoría sólida, han sufrido una drástica reducción y fragmentación hacia estratos sociales inferiores. Esta fragmentación refleja un proceso de atomización social que dificulta la creación de identidades colectivas sólidas y proyectos comunes de sociedad.
Uno de los cambios más significativos ha sido la práctica desaparición de la identidad obrera tradicional. A mediados de los noventa, más de un tercio se reconocía como clase obrera. En la actualidad, apenas una minoría se identifica así. Esta disolución refleja transformaciones en la estructura productiva, las formas de trabajo y las identificaciones culturales.
Las divisiones clásicas de clase han perdido protagonismo; en su lugar proliferan identidades múltiples que erosionan la cohesión social. La antigua solidaridad forjada en el trabajo se diluye: profesión y posición laboral pesan menos que edad, género, generación o hábitos culturales.
Tres grandes vectores han impulsado la transformación del país:
El modelo familiar ha cambiado profundamente: descenso de matrimonios, aumento de parejas de hecho y familias monoparentales, en su mayoría sostenidas por mujeres.
España enfrenta una crisis de fecundidad, con una brecha entre deseos y realidad: las mujeres quieren dos hijos, pero no pueden cumplirlo por precariedad laboral, dificultad de acceso a la vivienda, feminización de los cuidados y debilidad de las políticas públicas.
La precariedad se ha convertido en la nueva normalidad, afectando a casi la mitad de la población activa. España ha vivido una desindustrialización y terciarización, creando una polarización ocupacional: aumentan los empleos muy cualificados y los muy precarios, mientras declinan los tradicionales.
El trabajo ha perdido su centralidad como garante de una vida digna. La inmigración y el género segmentan el mercado laboral. La precariedad afecta la salud mental, reflejada en el alto consumo de ansiolíticos y la elevada prevalencia de depresión en los sectores con menos ingresos.
A pesar de tener millones de viviendas, el acceso a una vivienda digna se ha vuelto imposible. Los hogares más pobres destinan casi la mitad de sus ingresos al alquiler, y muchos están en riesgo de pobreza y exclusión social.
España ha priorizado la propiedad como inversión frente al uso social de la vivienda. El boom urbanístico generó especulación, depredación territorial y un territorio fragmentado e insostenible.
El crecimiento económico ha tenido un impacto devastador en el medioambiente. España mantiene un déficit ecológico equivalente a 2,5 planetas. Este modelo se sostiene sobre intercambios ecológicamente desiguales con países empobrecidos.
Existen desigualdades energéticas profundas: los más ricos consumen hasta cuatro veces más energía que los más pobres, generando élites climáticas frente a hogares vulnerables. La transición ecológica reproduce viejas desigualdades.
Los movimientos sociales han sido clave en la resistencia y transformación. Desde el activismo antiglobalización hasta el 15M, han impulsado la crítica económica y política al sistema.
El movimiento feminista se ha consolidado como fuerza transformadora, visibilizando la sobrecarga doméstica, las desigualdades laborales y la feminización de los cuidados. Ha situado en el debate público la división sexual del trabajo y la necesidad de reformas estructurales.
España vive en 2025 una paradoja: bonanza económica aparente junto a malestar social y emocional. Es una sociedad vulnerable ecológicamente, desasosegada anímicamente y desgarrada socialmente, con precariedad material y desorientación cultural.
A pesar de todo, persiste una voluntad transformadora. Las mujeres, inmigrantes y nuevas generaciones reclaman un nuevo contrato social que promueva una sociedad más justa, equitativa y sostenible, donde vivir con dignidad sea un derecho compartido.