Cultura cívica y sostenibilidad del bienestar
En este capítulo se han analizado los fundamentos sociales y culturales que sustentan —o debilitan— el modelo de bienestar en España, poniendo el foco en la confianza institucional, las percepciones ciudadanas, el respaldo al Estado del Bienestar y la dimensión relacional del capital social.
El capítulo arranca con una evocación del modelo danés del hygge, símbolo de equilibrio entre bienestar, austeridad y comunidad, invitándonos a reflexionar sobre si en España existe una cultura cívica equivalente capaz de sustentar el Estado del Bienestar, si el contexto sociocultural actual permite sostener un sistema redistributivo, universal y comprometido con la justicia social, o si, por el contrario, dicho sistema está erosionado por tensiones individuales, ideológicas e institucionales.
Ahora bien, aunque algunos estudios indican la presencia en nuestra sociedad de valores como el igualitarismo o la solidaridad, también se observa un avance del individualismo, la desconfianza interpersonal y la fragmentación social, que debilitan la cohesión necesaria para sostener un sistema fuerte de protección social.
Vivienda, empleo y desconfianza política: fuentes del malestar ciudadano
En 2025, los principales problemas que preocupan a la ciudadanía son la vivienda, el empleo y la situación económica, siendo la vivienda el más citado. Este se ha convertido, como se ha explicado en capítulos anteriores, en un problema estructural que afecta de manera especial a jóvenes, mujeres y personas migrantes, dificultando la emancipación, generando dependencia familiar prolongada y alimentando la exclusión residencial; a pesar de las políticas para controlar los precios, como las adoptadas en Cataluña, los resultados son limitados y el acceso a la vivienda continúa siendo profundamente desigual.
En cuanto al empleo, aunque la tasa de paro ha bajado desde los picos de 2013, la situación laboral de jóvenes y mujeres sigue siendo precaria, manteniéndose como una fuente constante de inseguridad vital. Por otro lado, la política aparece como fuente de frustración ciudadana, y los partidos y las personas que se dedican a la política institucional son identificados como uno de los principales problemas del país. La percepción de corrupción, el descrédito judicial y la falta de transparencia han erosionado la confianza democrática, provocando una creciente desafección y alimentando discursos populistas y autoritarios.
Alto apoyo al bienestar, baja disposición fiscal: la gran contradicción
Pese a la desafección política, el respaldo ciudadano al Estado de Bienestar sigue siendo alto, especialmente en áreas como la sanidad y la educación. Sin embargo, este apoyo se ve empañado por una contradicción persistente: la mayoría quiere más y mejores servicios públicos, pero muchos rechazan pagar más impuestos. Esta tensión se agudiza según la ideología política: la izquierda suele aceptar la fiscalidad como vía para la redistribución, mientras que la derecha tiende a verla como una carga. A pesar de que la evasión fiscal es ampliamente rechazada en el plano moral, existe una percepción extendida de fraude estructural y de ineficacia del Estado para sancionarlo.
El capítulo aborda también cómo las distintas clases sociales perciben el Estado de Bienestar. Las clases bajas lo ven como un garante indispensable de derechos, las clases medias como una red de seguridad ante un futuro incierto, pero cada vez más inseguras por el temor al «desclasamiento», y las altas como un sistema asistencialista del que desconfían. Este clima de descontento alimenta discursos conservadores y populistas que atacan los valores posmaterialistas (feminismo, ecologismo, justicia social) etiquetándolos como exageraciones woke o «buenistas», en un contexto marcado por la polarización ideológica y el miedo al cambio.
Identidad, miedo y polarización: amenazas a la cohesión social
Vivimos en una sociedad marcada por la aceleración, la incertidumbre y el desarraigo, donde las relaciones se vuelven frágiles y los referentes colectivos pierden fuerza. En este contexto, la identidad se convierte al mismo tiempo en refugio y en frontera: ofrece seguridad ante la volatilidad, pero también puede alimentar dinámicas excluyentes.
Parte del malestar social se canaliza a través de discursos que proyectan la inseguridad económica sobre «enemigos simbólicos» como personas migrantes, pobres o excluidas, aunque esas amenazas no siempre respondan a riesgos reales, sino a narrativas inducidas. Esta deriva erosiona la cohesión social y dificulta la construcción de un «nosotros» amplio y compartido.
A ello se suma un giro cultural silencioso pero profundo: frente a valores como la participación, la justicia social o la autorrealización, ganan terreno demandas de orden, seguridad y protección, especialmente entre parte de la juventud. La modernidad acelerada y una ciudadanía impaciente, unida a la nostalgia por un supuesto pasado estable, favorece propuestas que prometen respuestas rápidas y claras, incluso a costa de los principios democráticos y la inclusión. Recuperar la cohesión social exige resistir la tentación de definirnos contra otros y reconstruir marcos comunes de pertenencia que permitan imaginar un proyecto colectivo más amplio, plural y solidario.
Capital social y redes de apoyo: entre la solidaridad y la fragilidad
Uno de los apartados más importantes del capítulo se dedica al capital social, entendido como las redes de apoyo personales y comunitarias que actúan como escudo frente a la vulnerabilidad. El modelo se apoya también en un pilar informal y silencioso, las personas mayores, que con frecuencia sostienen a sus hijos o nietos económicamente o mediante cuidados; esta «solidaridad intergeneracional» revela una carencia estructural de políticas públicas de apoyo a las familias y, al mismo tiempo, pone en tensión la sostenibilidad del modelo familiar como red de seguridad.
En España, la familia continúa siendo el principal soporte informal, aunque también lo son los amigos, vecinos y compañeros de trabajo. La pandemia reforzó algunos de estos lazos, pero también exacerbó el aislamiento, especialmente en colectivos frágiles, y el análisis revela que quienes viven en pobreza severa o pertenecen a hogares con personas migrantes cuentan con redes relacionales más débiles, menos eficaces y más reducidas. Esta carencia no solo limita la ayuda inmediata en momentos de necesidad, sino que profundiza la exclusión social al dificultar el acceso a oportunidades laborales, educativas y de participación comunitaria.
Del diagnóstico al reto: reconstruir cohesión y legitimidad
En conjunto, el capítulo revela un modelo de bienestar sostenido en parte por el compromiso cívico, pero tensionado por contradicciones culturales, fragmentación ideológica, desigualdades persistentes y una red relacional frágil en los sectores más vulnerables. La confianza institucional está debilitada, la disposición a sostener fiscalmente el sistema es ambigua y el apoyo familiar continúa mostrando signos de agotamiento.
Este diagnóstico invita a una reflexión de fondo: ¿puede una sociedad polarizada, desconfiada y desigual sostener colectivamente un Estado de Bienestar fuerte y universal? Para responder a este reto, será necesario reconstruir el capital social, reforzar las políticas públicas con visión de futuro y recuperar una narrativa común que devuelva legitimidad, cohesión y propósito al proyecto colectivo del bienestar.