Un análisis de la cultura cívica revela un sistema sostenido por la solidaridad familiar y el apoyo a lo público, pero amenazado por la polarización, el individualismo y la desconfianza.
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La sociedad del miedo, que consciente de que los graves riesgos que corre provienen de su propio operar, está mal armada éticamente para afrontarlos y huye a través del sálvese quién pueda.
QUE PARA ENCONTRAR LA SALIDA PRECISA DE UN CAMBIO DE PARADIGMA QUE LE PERMITA
Abrir debates sobre cuestiones culturalmente incuestionables
Pensar y desarrollar políticas públicas audaces que no dejen a nadie atrás
Apoyada en las espiritualidades
Que entre en resonancia con el mundo
Desarrolle la democracia de los cuidados
Hace ya unos años que se publicó el libro La sociedad del riesgo, de Ulrich Beck. Este diagnóstico describía cómo los riesgos que afrontaba la sociedad no eran accidentes externos, sino efectos colaterales de la propia modernidad (innovación tecnológica, financiarización, industrialización intensiva…)
Cuatro décadas después, la experiencia social se desplaza del cálculo preventivo al miedo: las amenazas son difusas, de alta complejidad e interdependientes. La crisis actual se concibe como una metacrisis: económica, ecológica, social, geopolítica y de cuidados en la que, junto al evento súbito, emerge la “catástrofe sin acontecimiento” en forma de deterioros graduales de ecosistemas, tejidos comunitarios o instituciones, que no explotan de una vez, pero erosionan capacidades fundamentales de la sociedad en que vivimos.
Tenemos una ética política para un mundo que ya no existe. La ética del “aquí y ahora” —centrada en proximidades cotidianas— resulta insuficiente frente a problemas cuyos efectos se despliegan “allí y mañana”. Una ética que no es del todo capaz de interiorizar la interdependencia y la deuda con el porvenir, de asumir los límites planetarios, anticipar daños, proteger a quienes aún no han nacido y a quienes están lejos, pero interconectados con nuestras decisiones presentes.
Una situación que activa respuestas defensivas que normalizan los imaginarios securitarios, las agendas nativistas y la disposición a “sacrificar” libertades en nombre de la seguridad. El riesgo se vuelve cotidiano y el miedo, estructura de sentido que condiciona la convivencia, las instituciones y la deliberación pública.
Recorriendo las conclusiones del anterior informe FOESSA, y los resultados y aportes de este noveno, llegamos a formular el presente como un momento de encrucijada en el que el modelo actual de bienestar muestra grietas profundas y enfrenta retos que no pueden abordarse desde las herramientas del pasado. Las tensiones identificadas son multinivel (económicas, sociales, culturales, institucionales) y requieren no solo políticas públicas audaces, sino también una renovación del imaginario colectivo. Nos encontramos, por tanto, ante varias tensiones, retos y dilemas estructurales que atraviesan el modelo social español contemporáneo, que podemos identificar en los siguientes términos:
El futuro no está escrito, podemos influir y construirlo, pero hemos de hacerlo ya.
Para ello, además, es preciso cambiar el paradigma de fondo que nos rige como sociedad y pasar de la comprensión mecánica y darwinista del mundo a otra basada en el reconocimiento de la inter-ecodependencia, lo que obliga a repensar categorías de política pública: de la autosuficiencia a la cooperación; de la lógica de suma cero a la co-producción de bienes comunes; de la gestión de riesgos a la anticipación y resiliencia.
Así como permitirnos abrir debates sobre cuestiones hasta ahora “indudables” pero que debemos poner en duda, tales como si el empleo es la única forma de trabajo valorable y la única vía de integración social, o si las prestaciones tienen que tener una base contributiva, entre otras. Para poder hacer esto tenemos ya algunos recursos, ideas y propuestas que necesitan de sustento.
Así, las espiritualidades, en tanto dimensión constitutiva de lo humano, con sus variados nombres y contenidos, ofrecen un sustento muy importante.
Nos abren a la trascendencia necesaria para la ética nueva y nos proponen la “conversión”, el cambio permanente como programa de vida, personal y social.