El trabajo y los trabajos del futuro
Vivimos una transformación profunda del trabajo. El reto: construir un modelo más humano, justo y democrático.
Repensar el trabajo
La naturaleza del trabajo está cambiando. Ante la crisis del modelo laboral tradicional, es momento de imaginar formas más humanas y equitativas de organizarlo.
Existe una expresión tradicional que se vierte sobre los enemigos, basada en una supuesta maldición china, que dice así: “¡Ojalá vivas tiempos interesantes!”. La ambigüedad de su significado es lo que le confiere su singular fuerza o sagacidad. Lo cierto es que nos encontramos en un tiempo cuyo futuro próximo se presenta impredecible, como un momento de ruptura con varios pactos que han sostenido nuestra civilización durante décadas o siglos. Entre ellos se halla, afortunadamente, la ruptura del pacto sexual que legitimó el desequilibrio de poder debido al sexismo sistémico, pero también la de aquellos pactos que llevaron al establecimiento de los llamados Estados de bienestar en los países más industrializados, y que configuraron nuestro modelo de trabajo y relaciones laborales. Ello, junto a las nuevas realidades que llegarán a causa de la emergencia climática, hace que para muchas personas el pesimismo, el derrotismo o el fatalismo estén presentes a la hora de plantear los días que vienen, especialmente en relación con los nuevos trabajos que vendrán y la posible escasez de estos. Y esto es relevante, puesto que el trabajo marca la vida de las personas.
Evidentemente, la naturaleza del trabajo no es estática; evoluciona constantemente bajo la influencia de fuerzas económicas, tecnológicas, sociales, culturales y ambientales. El trabajo en la etapa capitalista se ha configurado principalmente como trabajo asalariado, con unas características concretas que no se habían dado en ningún otro momento histórico. Hoy nos encontramos en medio de una transformación que nos conduce a un nuevo modelo de convivencia, un cambio que no solo afecta al trabajo, sino a la mayoría de aspectos que configuran nuestra vida en sociedad.
La inteligencia artificial, la automatización y la digitalización están en el epicentro de esta transformación, y seguramente se produzca un cambio sistémico que requiera modificaciones sustanciales en nuestra forma de vida y, por tanto, en nuestra forma de organizar las relaciones laborales.
Desde el punto de vista del trabajo y su concepto, puede que esto no sea una mala noticia. El trabajo en la actualidad, para gran parte de la población, es visto a menudo como una actividad carente de sentido e, incluso, como una fuente de resentimiento y alienación. Parece evidente que el trabajo en el siglo XXI está fallando como sistema de redistribución de la riqueza y perdiendo su lugar central como fuente de identidad. Esta pérdida de su supuesta capacidad integradora lleva a una sociedad que puede enfermar, perdiendo el trabajo su componente humano y su importancia social como fuente de identidad o elemento emancipador. El trabajo sin sentido puede conducir a la depresión, mientras que encontrarle ese sentido es fundamental para la salud mental no ya individual, sino colectiva, de cualquier sociedad.
Nos encontramos en el final de un proyecto político que busca restaurar el poder de la clase capitalista mediante la desregulación económica, la privatización y la liberalización del comercio, promoviendo el libre desarrollo de las capacidades empresariales individuales dentro de un marco de propiedad privada fuerte y mercados libres. Las consecuencias de esta visión extremadamente individualista contribuyen enormemente a la desigualdad y a la erosión de los lazos sociales, con consecuencias que ya observamos en la primera mitad del pasado siglo XX.
Fruto de este proyecto, el trabajo se transformó en una actividad que una gran proporción de personas se ha visto obligada a realizar por razones ajenas a su voluntad. Esta actividad, a menudo carente de sentido -como señalábamos- y fuera del control por parte de quien la realiza, nos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo, incluyendo horarios irracionales y, en muchos casos, desplazamientos.
No podemos predecir el futuro, pero sí anticipar que quizá una ruptura con el modelo de relaciones laborales que se ha ido modulando desde la Revolución Industrial pueda ser algo positivo para la mayor parte de la población. Es urgente volver a nombrar la realidad del trabajo y contrastarla con el marco cultural, político, económico y jurídico existente. Desde mi punto de vista, no cabe preocupación alguna por la escasez de trabajo en el futuro; de hecho, en estos tiempos de cambio, la cantidad de trabajo que quedará por hacer será descomunal. Lo más importante es que seamos capaces de organizarlo de una forma más humana y democrática y, para ello, necesitaremos imaginación y, sobre todo, tiempo y diálogo para pensarlo de manera conjunta y lograr un consenso.