26 Febrero 2025

Los cuidados como base de las sociedades, la comunidad y la vida

Si no se cuida, la vida es insostenible.

La cuestión de los cuidados ocupó el espacio de debate público durante la pandemia, pues es en momentos críticos cuando nos damos cuenta de una verdad indiscutible: si no se cuida, la vida es insostenible.

El cuidado es inherente al ser humano y a las relaciones sociales, pero en nuestra sociedad es una actividad que solo adquiere relevancia en dos situaciones: cuando está ubicada dentro del ámbito del empleo, y cuando la persona cuidada se encuentra en una situación de dependencia, ya sea por su edad (infancia y vejez) o por otras casuísticas (enfermedad, discapacidad, adicciones…).

Los cuidados, en realidad, van mucho más allá, y son relevantes en todos los aspectos vinculados a la vida. Para empezar, los cuidados sobrepasan las relaciones puramente materiales o instrumentalistas: cuidar es preocuparse, confiar y relacionarse emocionalmente. Es generar red y comunidad frente al individualismo, anteponiendo al otro y a la comunidad a nuestras necesidades. El bienestar de los demás contribuye a mi propio bienestar: es un círculo de retribuciones que se mueven en el plano simbólico y se materializan en la acción de cuidar.

Precisamente por esto último, los humanos tendemos a convertir el cuidado en un privilegio que solo ofrecemos a personas muy cercanas a nosotros. Cuidamos a quienes queremos y a quienes nos quieren, y algunas veces cuidamos a quien nos necesita. Pero ¿el cuidar debe ser una relación que se establece en exclusiva con nuestros parientes o amistades, o en aquellas situaciones que involucren una relación de dependencia?

Depende de las implicaciones y la magnitud que le demos al cuidado. Podemos comprender los cuidados como una relación utilitarista que ayuda a mejorar la calidad de vida de quien está en situación de dependencia, y que fuera de ese ámbito solo se aplica a las relaciones interpersonales más estrechas.

No obstante, también podemos considerar los cuidados como una cuestión colectiva y holística. Podemos, y a nivel moral debemos, valorar todas las formas de vida, humanas y no humanas, y las consecuencias que nuestras acciones pueden tener sobre ellas. Ser conscientes de esta realidad y actuar en consecuencia también es cuidar.

Nos cuesta recordar que la vida va más allá de las sociedades humanas, más allá de nuestra individualidad y más allá de la inmediatez, y el modelo de cuidados imperante es reflejo de ello. Por un lado, está basado en dos pilares: en el empleo como forma de relación y en la figura del necesitado inmediato como merecedor de cuidados (cuido de mis padres, mis hermanos y mis amigos, pero no de mi vecino, mi profesora o mi tendero). Por otro lado, el modelo ha sido conformado por las lógicas individualistas y mercantilistas que no solo han logrado deteriorar las redes de cuidados, sino también simplificar el significado que les damos y dotarlo de un carácter individualista.

La colectivización del cuidado es una alternativa que supone definir la sostenibilidad de la vida humana como prioridad, asumiendo que cuidar es inevitable y prioritario en todas las relaciones. Esta forma de entender el cuidado pasa por abandonar la individualidad y recuperar la comunidad, porque solo así se podrá garantizar el bienestar para todas las personas, nos sean o no cercanas y tengan vidas fragilizadas o no. Además, ¿quién no es frágil de una u otra manera?

 

El cuidado colectivo permite poner a la persona en el centro y dignificar a todas las involucradas

Bajo esta mirada, queda claro que el cuidado es la base de la vida y que, por tanto, lo atraviesa todo: no pasa solo por cuidar de los propios hijos o familiares, sino que pasa por ceder el asiento a una anciana en el autobús, por charlar un rato con el vecino de arriba y por tirar las botellas de plástico en el contenedor amarillo. La lucha contra el cambio climático ha incorporado a nuestra vida el cuidado del medio ambiente, pero debemos ir más allá, porque es una cuestión social: todas las personas somos vulnerables, y debemos convertirnos en cuidadoras y ver que todas las demás personas merecen recibir cuidados. Debemos dar y recibir. Debemos reeducar sobre el sentido de la palabra y las dinámicas de cuidado, porque implica una responsabilidad inmensa: cuidar a las personas que nos rodean es cuidar la vida, y esto solo es posible si la carga de trabajo se reparte y hay corresponsabilidad; es decir, si se cuida para y desde la comunidad.