14 Julio 2020

Infancias (des)confinadas en riesgo

El confinamiento supone un riesgo para las infancias socioeconómicamente más vulnerables.

A partir del 14 de marzo, las medidas de confinamiento se endurecieron de un día para otro para contrarrestar la propagación de la Covid-19: cierre de escuelas, incitación para teletrabajar, obligación de quedarse en casa, limitar salidas y evitar encuentros grupales. Desde el 21 de junio, el estado de alarma ha finalizado, pero ¿qué podemos esperar? Los retos son múltiples y urgentes, en particular para los niños, niñas y adolescentes más vulnerables en familias en situación de exclusión grave.

Antes de la COVID-19, la encuesta EINSFOESSA de 2018 dejaba claro que la pobreza y la exclusión era especialmente virulenta entre la infancia y las familias con menores de edad a cargo. Según esta fuente, el 23% de los niños, niñas y adolescentes en nuestro país se encuentran en situación de exclusión social, lo cual implica que casi una cuarta parte de nuestra infancia está desarrollándose en un contexto de carencia o necesidad que limita su desarrollo y acceso pleno a sus derechos.

De todas las investigaciones sobre los efectos de la crisis desarrolladas en las últimas semanas, queremos analizar algunos resultados de una consulta realizada en el mes de mayo por Cáritas, a una muestra representativa de las personas que acuden a diferentes servicios de atención social, con el fin de conocer en qué medida la crisis de la COVID-19 ha impactado en sus condiciones de vida. En particular, se han analizado las consecuencias que ha tenido o está teniendo esta crisis en las familias con menores de edad a cargo.

Durante el mismo mes de mayo, hemos preguntado también directamente a una muestra representativa de 376 niños, niñas y adolescentes participantes del Programa Infancia, Juventud y Familia de Cáritas en todo el territorio español, sobre sus deseos, miedos, expectativas y desilusiones.

Lo que más y lo que menos les ha gustado de la etapa del confinamiento

Lo primero que les gustaría hacer y lo que más miedo les da al volver a la normalidad

Desigualdades de cuidados

La realidad del confinamiento y la no reanudación de las clases antes de septiembre están dificultando la conciliación laboral y familiar y por lo tanto el cuidado de los menores de edad a cargo de los hogares más vulnerables.

Numerosas son las familias que durante estos meses no han podido compatibilizar el trabajo con el cuidado de los menores de edad que tienen a cargo en el hogar.

La crisis de la COVID-19 y las medidas de confinamiento han trastocado la convivencia habitual en los hogares. En suma, en esta crisis se ha reforzado el papel de las familias en el sistema de cuidados: como cuidadores, pero también como cocineros de pleno rendimiento, profesores, etc…

Sin embargo, el estado que es el garante de este derecho ha desaparecido por completo. La suspensión de las actividades escolares y extraescolares, sin otras alternativas, han supuesto una carga adicional a las personas cuidadoras de las familias, dejándolas ante un dilema imposible: tener que renunciar a oportunidades de empleo, o verse obligadas a dejar a los niños y niñas solas en el domicilio para poder ir a trabajar.

Según la encuesta ORSCOVID1CARITAS 2020, un 18,1% de los hogares con niños y niñas en su seno admite haber tenido que renunciar a una ocupación o puesto de trabajo para hacerse cargo de los menores de edad. Por el contrario, un 11,7% de los progenitores consideran que han prestado menos atención de la necesaria a sus hijos/as. En el mismo sentido, casi un 6% ha tenido que dejar solos a los niños durante largos periodos de tiempo.

 

Brecha digital y desigualdad educativa

Aunque la educación está garantizada para todos los niños y las niñas en nuestro país, la situación personal de cada uno determina su éxito escolar y el sistema actual no tiene herramientas para borrar estas desigualdades, sino que, al contrario, las acentúa. Esta circunstancia se ha visto claramente durante los meses del confinamiento y posteriores del desconfinamiento.

En el momento actual, aunque el conjunto del país camina a paso firme hacia la nueva normalidad, quedan todavía muchas incógnitas sobre cuál será esa nueva normalidad para la infancia escolarizada. A través de un manifiesto que han firmado más de cien organizaciones de la sociedad civil, Cáritas entre ellas, y 90 personas representativas de ésta, se posiciona en defensa de una educación equitativa, inclusiva y de calidad para todas las personas frente a la crisis del coronavirus.

El fracaso escolar no significa que los niños y las niñas no sepan aprender, significa que el sistema educativo no da las mismas oportunidades a todos. El éxito escolar hoy en día depende entre otras cosas de la posición socioeconómica de la familia de los niños y las niñas o de su origen, y nuestro sistema escolar está fracasando con los más desfavorecidos.

En estos meses pasados de confinamiento hemos visto cómo pese a esta constatación, el hecho de acudir a un centro escolar, con todas sus deficiencias, tiene un efecto protector de las desigualdades de partida. En efecto, el confinamiento, el hecho de tener que aprender desde casa ha agravado las desigualdades escolares y los riesgos de abandono.

Según la encuesta ORSCOVID1CARITAS 2020, uno de cada tres hogares (34,4%) afirma que ha disminuido el rendimiento escolar de sus hijos al no poder seguir el ritmo marcado por el centro de enseñanza. La suspensión de las clases presenciales se ha sustituido por docencia virtual o teledocencia. En este contexto, persiste la brecha digital: un 13,8% de los hogares no cuentan con conexión a Internet y un 17% de los hogares señalan que los niños no cuentan con dispositivos electrónicos y/o conexión a internet. También se ha de tener en cuenta la necesidad de tener un dispositivo para cada niño lo que en muchos hogares no es posible.

Más que nunca, en un contexto de confinamiento donde lo digital se ha convertido en el principal canal de intercambio, el equipo de las familias en esta área es decisivo. El aprendizaje de los más pequeños depende más de los padres, se fortalece su papel en el apoyo a la tarea de los adolescentes. Sabemos que los padres no tienen el mismo dominio de los códigos escolares, ni el mismo acceso a recursos culturales «compensatorios». El hecho de que estos niños y niñas se estén quedando atrás en el ámbito escolar, en muchos casos significará perpetuar su situación de pobreza y exclusión.

Como durante los meses de verano, o cuando no existe acompañamiento social clave en la prevención de la vulnerabilidad y exclusión social en las familias, el confinamiento ha sido meses de desvinculación con el entorno educativo; aún no sabemos bien cuáles serán las consecuencias en las capas más vulnerables de nuestra sociedad.

A modo de conclusión, la situación de confinamiento, y más si ésta se reanuda en septiembre con un posible rebrote, podría representar un riesgo significativo para las infancias más socioeconómicamente vulnerables.

Ahora, más que nunca, es tiempo de trabajar para recuperar el mermado acceso a los derechos de los niños, niñas y adolescentes. En particular es tiempo de recuperar su derecho al ocio y tiempo libre, pero también de proporcionar espacios de apoyo y gestión emocional, además del necesario apoyo educativo. En resumen, nos debemos de trabajar hacia la corresponsabilidad y la colaboración con las administraciones y entidades de forma integral, conectada y equitativa.