09 Marzo 2020

Desigualdad transversal entre hombres y mujeres

¿Podemos y queremos, como sociedad, desperdiciar el talento del 50% población del planeta?

La situación diferencial entre hombres y mujeres constituye uno de los ejes de desigualdad más relevantes que atraviesan a las sociedades contemporáneas. Una desigualdad transversal que nos afecta de forma intensa sin importar países, culturas o condiciones sociales.

Empezamos observando las desigualdades que se dan entre mujeres y hombres en el contexto del mundo laboral. La primera diferencia la encontramos en la tasa de paro entre hombres que entre. Así, si en 2007 había una diferencia superior a los 4 puntos entre los hombres y las mujeres incorporados al mundo laboral, durante los años de crisis esa diferencia bajó hasta casi igualarse las tasas de paro de unos y otras. Pero tal reducción no era el resultado de una deseable incorporación de la mujer al mercado laboral sino más bien se debía al incremento del paro masculino. De hecho, conforme ha ido llegando la recuperación y han bajado las tasas de desempleo generales, el diferencial entre hombres y mujeres ha vuelto a subir hasta situarse en el 3,37% de la actualidad.

Diferencias en la tasa de paro entre hombres y mujeres

Fuente: Encuesta Población Activa (Instituto Nacional de Estadística)

Pero las diferencias no están sólo en la desigualdad a la hora de acceder a un empleo, también se dan una vez que miramos los empleos y la calidad de los mismos. Hablamos, entre otras cosas, de la parcialidad y brecha salarial, dos realidades que afectan en mayor medida al colectivo femenino y que desembocan en la generación de unas desigualdades que no terminan con el fin de la vida laboral, sino que perpetúan una situación de desventaja reflejada a la hora de acceder al cobro de pensiones y a la cuantía de las mismas. Tal es así que, según datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social, el importe medio mensual de las pensiones contributivas tenía en 2017 una diferencia del 36% a favor de los hombres.

Desvelar las desigualdades que genera el acceso al mercado laboral y al sistema de pensiones es clave para entender las diferencias que se dan entre mujeres y hombres en materia de pobreza y exclusión.  Así, fijándonos en los datos que revela la Encuesta sobre Integración y Necesidades Sociales de Foessa de 2018 (EINSFOESSA, 2018) vemos que la pobreza severa, aquella que, a modo de ejemplo, condena a una familia de dos adultos y dos niños a vivir con menos de 600 € al mes, afecta un 20% más a los hogares donde la mujer es la que mayores ingresos aporta al hogar.

Profundizando en la mencionada encuesta y en las situaciones de exclusión, que no sólo contemplan la realidad económica de los hogares, sino que incorpora otras miradas como la salud, el acceso a la vivienda, la participación o el conflicto en los hogares o el vecindario; la realidad desigual entre hombres y mujeres presenta dinámicas similares. Si miramos los hogares donde el hombre es el sustentador principal, vemos que se da una situación de exclusión severa en el 7,5% de los casos. En cambio, si es una mujer la sustentadora principal, la exclusión severa se eleva hasta el 9,4%.

Todos los datos presentados tienen que ver con un modelo cultural en el que se han basado las relaciones entre hombre y mujeres a lo largo de cientos, miles, de años. Históricamente se ha vinculado al hombre, a lo masculino, con valores tales como la autoestima, el poder, la fuerza, la exigencia, la razón, la competencia, la rivalidad y la agresividad. En cambio, el universo femenino ha girado en torno a las ideas de sumisión, de pasividad, de debilidad, de emociones, amabilidad, empatía, entrega y auto sacrificio. Además, tal caracterización, está estrechamente ligada a una socialización femenina dirigida prevalentemente hacia lo privado y una masculina hacia lo público.

Estos valores, que mediante un fuerte anclaje cultural están asociados al hombre y a la mujer, se siguen reproduciendo en la sociedad de hoy en día. El siguiente gráfico muestra cómo la participación social de los hombres es mayor en todos los tipos de organizaciones salvo las religiosas y las educativas, roles muy vinculados con lo femenino.  

Participación social

Fuente: EINSFOESSA, 2018

Estos valores que asignamos como cultura al hombre y a la mujer no sólo implican diferencia, claro que somos diferentes, el problema es que implican también desigualdad. ¿Acaso cuesta lo mismo una hora de trabajo de un fontanero o electricista que de una persona, casi siempre mujer, que venga a casa a cuidar de nuestros niños o mayores? Es decir, los valores vinculados a lo masculino (competitividad, producción, razón, etc.) tienen mucho más reconocimiento social y económico que los valores asignados a la mujer.

Es decir, que los atributos que concedemos a cada género, que podrían parecer y funcionar como complementarios, en realidad están jerarquizados. Es mucho mejor para desenvolverte en nuestra sociedad poseer los valores vinculados al hombre que los vinculados a la mujer. Así, el 57% de las personas que dicen haberse sentido discriminadas ha sido por ser mujer, revelándose como el principal motivo de discriminación.

Motivos por los que has sentido discriminación

Fuente: EINSFOESSA, 2018

Es obvia la afirmación de que hombres y mujeres somos diferentes, lo que debemos combatir, como sociedad, es la asignación automática de roles por género, así como la supremacía de una serie de valores sobre los otros.

Ante esto nos queda reflexionar para intentar dar respuesta a una pregunta como la siguiente; ¿Podemos y queremos, como sociedad, desperdiciar el talento, fuerza y sensibilidad del 50% población del planeta?