Día mundial del medio ambiente: cómo cuidar un mundo herido
El cambio climático golpea con fuerza, pero no por igual: mujeres y personas vulnerables sufren más la crisis ecológica.
Justicia climática y social en el centro del cambio
El 5 de junio, día Mundial del Medio Ambiente nos invita, cada año, a mirar de frente la realidad de nuestra casa común. En los últimos tiempos, los signos de la crisis ecológica se han hecho más visibles y extremos: incendios, inundaciones, sequías, contaminación, pérdida de biodiversidad, escasez de agua, subida del nivel del mar, calor insoportable. Las consecuencias son cada vez más graves, no solo para los ecosistemas, sino también para las personas, especialmente las más vulnerables.
En 2024, por ejemplo, la Comunidad Valenciana vivió una de las inundaciones más mortíferas de su historia. Murieron más de 200 personas, miles fueron desplazadas, y los daños económicos se cifraron en más de 20.000 millones de euros. Pero no es un caso aislado. España es el octavo país del mundo con más muertes y pérdidas económicas por eventos climáticos extremos en las últimas tres décadas. Y el año pasado fue el más caluroso jamás registrado en la Tierra.
Pero no hace falta esperar a un desastre para ver las heridas. El deterioro ambiental también se manifiesta de forma silenciosa: en las dificultades para acceder al agua, en el aumento del precio de los alimentos, en el aire contaminado, en la sobreexplotación del suelo, en la pérdida de salud mental por la ansiedad climática, especialmente entre jóvenes. Todo ello genera empobrecimiento, exclusión y sufrimiento, y agrava desigualdades ya existentes.
Una crisis que no afecta por igual
Frente a la idea de que el cambio climático nos afecta a todos por igual, la realidad muestra lo contrario: no todas las personas tienen las mismas condiciones para afrontar sus consecuencias. Las comunidades más empobrecidas y las personas con menos acceso a recursos son las más golpeadas. Y dentro de esos grupos, las mujeres suelen ser las más afectadas.
Las mujeres representan más del 70% de las personas en situación de pobreza en el mundo. Y muchas de ellas viven en zonas rurales o periféricas, donde dependen directamente del entorno natural. Cuando se rompe el equilibrio ecológico, son las primeras en sufrirlo y las últimas en ser escuchadas.
Además, las mujeres cargan con una responsabilidad añadida: el trabajo de los cuidados. Según datos de Naciones Unidas, las mujeres realizan el 76% del trabajo de cuidados no remunerado en el mundo. Eso significa que dedican, de media, más del triple de tiempo que los hombres a tareas como el cuidado de niños, personas mayores o enfermas, la limpieza del hogar o la gestión del día a día. Este trabajo, esencial para sostener la vida, no está valorado ni visibilizado. Se da por hecho. Y muchas veces impide a las mujeres participar plenamente en la vida laboral, social y política.
Si se remuneraran estos cuidados, equivaldrían al 9% del PIB mundial, es decir, más de 11 billones de dólares. Sin embargo, siguen siendo invisibles en las cuentas y en las decisiones.
Ecología integral: cuidar el planeta y cuidar la vida
Frente a esta realidad, la ecología integral, tal como la propone el papa Francisco, ofrece una mirada esperanzadora y transformadora. Una mirada que parte de la certeza de que todo está conectado. No podemos hablar de cuidar el planeta sin hablar también de cuidar a las personas. No hay justicia ambiental sin justicia social. Y no hay justicia social sin igualdad de género ni reconocimiento del trabajo de cuidados.
La ecología integral nos llama a reconstruir los vínculos rotos: con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. A poner en el centro de la política y la economía lo que verdaderamente importa: la vida. Y a hacerlo desde una perspectiva comunitaria, con las personas más vulnerables como protagonistas del cambio.
Esto implica muchas cosas: transformar nuestro modelo energético y de consumo, reducir las emisiones y frenar el extractivismo. Implica también proteger los bienes comunes, apostar por la agricultura sostenible, garantizar el acceso justo al agua y a la energía, y restaurar los ecosistemas dañados.
Pero también implica cambiar nuestras prioridades como sociedad. Reconocer que los cuidados no son una tarea privada ni exclusiva de las mujeres, sino una responsabilidad colectiva. Que sin cuidados no hay vida posible. Y que cualquier transición ecológica que ignore esta dimensión está condenada al fracaso.
Caminos de esperanza
No partimos de cero. En todo el mundo, y también en nuestro país, hay miles de personas y comunidades que ya están poniendo en práctica esta ecología integral. Agricultoras que protegen la tierra con sabiduría ancestral. Mujeres que cuidan del territorio y de sus vecinas. Redes de apoyo mutuo. Proyectos de transición energética justa. Espacios de formación, sensibilización y movilización ciudadana.
Desde Cáritas, apostamos por estos caminos de esperanza. Caminos que no niegan la dureza del momento, pero que se atreven a sembrar futuro. Que cuidan la vida en todas sus formas. Que entienden que la sostenibilidad no es solo una cuestión técnica, sino profundamente ética, social y espiritual.
Este 5 de junio, hagamos memoria agradecida de quienes cuidan. Nombrémoslas. Visibilicemos su esfuerzo. Exijamos justicia para ellas. Y sumémonos al compromiso de construir una casa común más justa, más fraterna y más habitable para todas las personas y para las generaciones que vienen.