Conocer para transformar
Abordamos la necesitad de interpretar la realidad para mejorarla.
Conocer para transformar
Abordar la tarea de intervenir en una realidad cualquiera, y máxime si el objetivo es transformarla, requiere hacer el esfuerzo de intentar conocerla de la manera más precisa y completa que nos sea posible.
Embarcarnos en una acción sin haber hecho un primer ejercicio de aproximación a su conocimiento es garantía de fracaso. La intervención, precisamente comienza por conocer las causas o factores que influyen en una determinada realidad.
Los límites del conocer
Para que el proceso de conocer no nos resulte frustrante, hemos de saber y manejar sus límites. El conocimiento absoluto, objetivo y permanente no es posible. La propia realidad (objeto del conocimiento) y las capacidades humanas (sujeto que conoce) lo limitan.
La realidad es sistémica, es decir, cualquier parte que podamos elegir forma parte de un todo, que a su vez forma parte de otro con el que mantiene una interacción constante y activa.
Nuestras capacidades cognitivas, determinadas por nuestra estructura cerebral, nos hacen inviable abarcar el todo y, por eso, nos manejamos por partes, que casi seguro surgirán de una cierta arbitrariedad.
Solemos confundir lo que vemos con lo que realmente pasa, sin caer en la cuenta de que nuestra mirada tiene límites físicos, culturales, de posición social…, límites que en ocasiones no nos dejan mirar en otra dirección. Nadie es capaz de mirar y hablar de lo que sucede sin incorporar su propio sesgo ideológico, vital, existencial. La objetividad, en sentido estricto, no existe.
Nunca debemos perder de vista que la realidad, toda ella es dinámica, es decir cambia, varia, se mueve. Y la parte de esta que nos toca más de cerca, la de la exclusión social, también lo es. Cualquier parte de la realidad está relacionada con las demás, todo es interdependiente y los cambios en una de esas partes afecta, sí o sí, a las demás con las que se relaciona. Así, nos puede suceder que nos aferremos a un conocimiento que la dinámica social constante ha dejado obsoleto, total o parcialmente.
Manejar los límites
Los limites nos vienen impuestos. Nada podemos hacer por eliminarlos, pero sí por minimizarlos y convertirlos de determinantes a algo que solo nos condiciona. Y el primer paso es reconocerlos con honestidad y humildad.
Ya que el todo nos es inabarcable, separemos en partes, pero para luego intentar unir, que no sumar. El todo no es igual a la suma de sus partes. Debemos despojarnos del cartesianismo que lleva atenazando el conocimiento unos cuantos siglos. Así, unamos preguntándonos por las relaciones entre esas partes que hemos analizado, lo que nos dará una mejor aproximación a la realidad.
Si hemos concluido que eliminar la subjetividad es imposible, podemos recurrir a correctores que nos permitan poner en cuestión nuestro marco mental, ideológico o cultural. Escuchemos lo que pasa, sin desechar aquello que no nos encaja en nuestra preconcepción del mundo. O mejor aún, cuando esto ocurra, prestémosle especial atención, no vaya a ser que debamos cambiar ese marco.
Ante el dinamismo de la realidad, convirtamos en dinámico también el proceso de conocerla. Volvamos permanentemente sobre lo ya conocido. Recomencemos de nuevo. Hagamos preguntas nuevas precisamente cuando creíamos tener las respuestas.
Algunas herramientas
Sin ánimo de exhaustividad, concluimos señalando algunas herramientas concretas que nos pueden ayudar a hacer estas tareas.
La primera de ellas serían los datos. De una manera muy general, podríamos decir que existen dos tipos de datos: los que cuantifican algo, y que en ciencia social se denominan como datos cuantitativos, y otros que hablan de cualidades (motivaciones, interpretaciones, sentimientos, formas de explicar la propia realidad, subjetividades, etc.) de la realidad sin precisar su extensión en cantidad, los datos cualitativos. Para la obtención de ambos tipos resulta éticamente imprescindible recurrir a los numerosos métodos validados por las ciencias sociales.
Son tipos de datos que nos aportan informaciones diferentes, ambas útiles según los objetivos que tengamos en nuestra búsqueda de conocimiento, y compatibles. No a cualquier objetivo le valen igual todos los tipos de datos. Y no existe una regla que determine con infalibilidad si se han de usar unos u otros, ni siempre disponemos de los recursos necesarios para obtener unos u otros.
Y, por último, la evaluación de lo que hacemos. No solo la que hacemos al final o a mitad de lo planificado, sino, sobre todo, aquella que es más una actitud permanente que un cuestionario, que hacemos incluso sin darnos cuenta y que a la postre se nos puede escapar por no darle un cauce adecuado